Nada te turbe - Santa Teresa de Jesús
Oración a San Miguel Arcángel
El Credo de los apóstoles
Padre Nuestro
Ave María
Jesusito de mi vida
Ángel de la guarda
Canción del pirata - José de Espronceda
Volverán las oscuras golondrinas - Gustavo Adolfo Bécquer
Romance de Abenámar
Caminante, no hay camino - Antonio Machado
Ángel de amor - José Zorrilla
Las moscas - Félix María Samaniego
Por una mirada - Gustavo Adolfo Bécquer
¿Qué es poesía? - Gustavo Adolfo Bécquer
A una nariz - Quevedo
A mis soledades - Lope de Vega
Romance del conde Olinos
La saeta - Antonio Machado
Proverbio
Oración de la serenidad
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.
Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
Nada te turbe.
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.
¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.
Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece
Bondad inmensa;
mas no hay amor fino
Sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.
Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
Quien a Dios tiene.
Vénganle desamparos,
cruces y desgracias;
siendo Dios su tesoro,
Nada le falta.
Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
Sólo Dios basta.
San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo
contra la perversidad y las asechanzas
del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes.
Y tú, príncipe de la milicia celestial,
arroja al infierno con el divino poder
a Satanás y a los otros espíritus malignos
que andan dispersos por el mundo
para la perdición de las almas.
Amén.
Aunque no es obligación, se puede continuar con gran provecho la práctica de rezar esta oración después de la Santa Misa como se hacía antes del Conc. Vat. II.
Creo en Dios,
Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo,
su único Hijo, Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y
gracia del Espíritu Santo,
Nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado,
muerto y sepultado,
Descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha
de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna.
Amén.
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén.
Se trata de la oración cristiana por excelencia, pronunciada por Jesús de Nazaret, tal y como relatan los Evangelios de Mateo (Mt 6, 9-13) y Lucas (Lc 11, 1-4).
Dios te salve, María,
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
Jesusito de mi vida,
eres niño como yo,
por eso te quiero tanto
y te doy mi corazón.
¡Tómalo!, tuyo es, mío no.
Ángel de Guarda,
dulce compañía,
no me desampares
ni de noche ni de día.
No me dejes solo
que sin tí me perdería.
Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul.
Y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul.
«Navega velero mío, sin temor,
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza,
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Veinte presas hemos hecho
a despecho, del inglés,
y han rendido sus pendones
cien naciones a mis pies.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
Y no hay playa, sea cualquiera,
ni bandera de esplendor,
que no sienta mi derecho
y dé pecho a mi valor.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
A la voz de ¡barco viene!
es de ver cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar,
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
En las presas yo divido
lo cogido por igual.
Sólo quiero por riqueza
la belleza sin rival.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!;
yo me río; no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna antena
quizá en su propio navío.
Y si caigo ¿qué es la vida?
Por perdida ya la di,
cuando el yugo del esclavo
como un bravo sacudí.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
Son mi música mejor aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Y del trueno al son violento,
y del viento al rebramar,
yo me duermo sosegado
arrullado por el mar.
Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar».
Una de las más valiosas de la lírica en español de todos los tiempos, y de las más leídas, antologizadas y conocidas.
Esta Canción del pirata, del extremeño (de Almendralejo) José de Espronceda (1808-1842), es una de las cumbres poéticas universales dedicadas a la libertad, a la rebeldía,
al vivir completamente al margen de las convenciones sociales y de los bienes materiales
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres....
ésas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día....
ésas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
así... ¡no te querrán!
—¡Abenámar, Abenámar, moro de la morería,
el día que tú naciste grandes señales había!
Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro, bien oiréis lo que diría:
—Yo te lo diré, señor, aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho mi madre me lo decía
que mentira no dijese, que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey, que la verdad te diría.
—Yo te agradezco, Abenámar, aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían!
—El Alhambra era, señor, y la otra la mezquita,
los otros los Alixares, labrados a maravilla.
El moro que los labraba cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra, otras tantas se perdía.
El otro es Generalife, huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas, castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan, bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieses, Granada, contigo me casaría;
daréte en arras y dote a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan, casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene muy grande bien me quería.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
¿No es verdad, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando al día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
A un panal de rica miel
dos mil Moscas acudieron,
que por golosas murieron
presas de patas en él.
Otras dentro de un pastel
enterró su golosina.
Así, si bien se examina,
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que los domina.
Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso… yo no sé
qué te diera por un beso.
¿Qué es poesía?, dices,
mientras clavas en mi pupila tu pupila azul,
¡Qué es poesía!
¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado;
era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era;
érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.
[1] A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
[2] No sé qué tiene el aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo,
no puedo venir más lejos.
[3] Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
[4] Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.
[5] De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.
[6] Él dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento;
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.
[7] La diferencia conozco,
porque en él y en mí contemplo
su locura en su arrogancia,
mi humildad en mi desprecio.
[8] O sabe naturaleza
más que supo en este tiempo,
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.
[9] «Sólo sé que no sé nada»,
dijo un filósofo, haciendo
la cuenta con su humildad,
adonde lo más es menos.
[10] No me precio de entendido,
de desdichado me precio;
que los que no son dichosos,
¿cómo pueden ser discretos?
[11] No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse presto.
[12] Señales son del juicio
ver que todos le perdemos,
unos por carta de más,
otros por carta de menos.
[13] Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo;
tal la pusieron los hombres,
que desde entonces no ha vuelto.
[14] En dos edades vivimos
los propios y los ajenos:
la de plata los estraños,
y la de cobre los nuestros.
[15] ¿A quién no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?
[16] Todos andan bien vestidos,
y quéjanse de los precios,
de medio arriba romanos,
de medio abajo romeros.
[17] Dijo Dios que comería
su pan el hombre primero
en el sudor de su cara
por quebrar su mandamiento;
[18] y algunos, inobedientes
a la vergüenza y al miedo,
con las prendas de su honor
han trocado los efectos.
[19] Virtud y filosofía
peregrinan como ciegos;
el uno se lleva al otro,
llorando van y pidiendo.
[20] Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento,
la mejor vida el favor,
la mejor sangre el dinero.
[21] Oigo tañer las campanas,
y no me espanto, aunque puedo,
que en lugar de tantas cruces
haya tantos hombres muertos.
[22] Mirando estoy los sepulcros,
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus dueños.
[23]¡Oh, bien haya quien los hizo!
Porque solamente en ellos
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños.
[24] Fea pintan a la envidia;
yo confieso que la tengo
de unos hombres que no saben
quién vive pared en medio.
[25] Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni cuentos,
cuando quieren escribir,
piden prestado el tintero.
[26] Sin ser pobres ni ser ricos,
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones ni pleitos;
[27] ni murmuraron del grande,
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, firmaron
parabién, ni Pascuas dieron.
[28] Con esta envidia que digo,
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.
Madrugaba el conde Olinos,
mañanita de San Juan,
a dar agua a su caballo
a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe
canta un hermoso cantar:
las aves que iban volando
se paraban a escuchar;
"Bebe mi caballo, bebe,
Dios te me libre del mal,
de los vientos de la tierra
y de las furias del mar."
La reina lo estaba oyendo (Desde la torre más alta)
desde su palacio real (la reina le oyó cantar:)
-Mira, hija, cómo canta
la sirena de la mar.
-No es la sirenita, madre,
que esa tiene otro cantar;
es la voz del conde Olinos,
que por mí penando está.
-Si es la voz del conde Olinos
yo le mandaré matar,
que para casar contigo
le falta la sangre real.
-¡No le mande matar, madre;
no le mande usted matar,
que si mata al conde Olinos
a mí la muerte me da!
Guardias mandaba la reina
al conde Olinos buscar
¡que le maten a lanzadas
y echen su cuerpo a la mar!
La infantina con gran pena
no dejaba de llorar
Él murió a la medianoche;
y ella, a los gallos cantar.
A ella, como hija de reyes,
la entierran en el altar,
y a él, como hijo de condes,
unos pasos más atrás.
De ella nació un rosal blanco;
de él, nació un espino albar.
Crece el uno, crece el otro,
los dos se van a juntar.
La reina, llena de envidia,
ambos los mandó cortar;
el galán que los cortaba
no cesaba de llorar.
De ella naciera una garza;
de él, un fuerte gavilán.
Juntos vuelan por el cielo,
juntos se van a posar.
Dijo una voz popular:
«Quién me presta una escalera
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?»
Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos
siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.
Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía
y es la fe de mis mayores
!Oh, no eres tú mi cantar
no puedo cantar, ni quiero
a este Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar!
En un lugar de la Mancha
de cuyo nombre no quiero acordarme,
no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo
de los de lanza en astillero,
adarga antigua,
rocín flaco
y galgo corredor.
Siembra un pensamiento, cosecha una acción;
siembra una acción, cosecha un hábito.
Siembra un hábito, cosecha un carácter;
siembra un carácter, cosecha un destino.
Dios, concédeme SERENIDAD para aceptar las cosas que no puedo cambiar.
VALOR para cambiar las que puedo.
Y SABIDURÍA para reconocer la diferencia.